|
Sobre las etimologías griegas del diccionario académico
Permítaseme, al comenzar esta modesta aportación, una anécdota sentimental. A mediados de 1953 recibí una llamada del inolvidable don Julio Casares en que solicitaba mi colaboración. Se trataba de que Ia muerte de mi padre, don Emilio Fernández Galiano, había dejado interrumpida Ia corrección de pruebas de Ia edición del diccionario que entonces se estaba preparando. Mi padre, con enorme ilusión y tenacidad, aprovechó los pocos años en que Ie fue dado contarse entre los académicos para rehacer de una manera sustancial todos los artículos zoológicos, botánicos, fisiológicos, etc., muchos de los cuales, naturalmente, presentaban errores o conceptos anticuados. Al morir él en 1953, se hacía preciso que alguien concluyera su labor. Y, como yo soy totalmente lego en dichas materias, convine con Casares en que, aparte de una revisión puramente tipográfica de Io modificado por mi padre, daría un repaso, sin alterar mucho Ia composición, a las etimologías griegas. Así Io hice, y gracias a ello puedo ser más breve y positivo. Quiero que estas palabras sean no sólo homenaje filial, sino también testimonio de admiración a quien con tanto tino, tanta pericia y tan buena voluntad colaboró con Ia Academia en aquellos años. Los meses posteriores trajeron a su familia una gran alegría: Ia preciosa, impagable necrología de don Gregorio Marañón, hombre bueno siempre en toda Ia extensión de Ia palabra hoy tan desgastada. Y también un gran dolor del que no quiero hablar aquí. Paz a los muertos. Me parece que todavía había bastante que mejorar en las etimologías griegas y considero útil una calicata en este
|