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El vocabulario como fenómeno estético
A Fray José Oroz Reta estas nuevas «florecillas» tributo de admiración, «simpatía» y gratitud, LuiS
Desde hace algún tiempo viene abriéndose paso, en Ia especulación sobre Ia belleza, un cierto afán por acudir a las experiencias personales más directas, sin perjuicio de las grandes síntesis o de Ia temática especializada, al objeto de sorprender en su origen esa realidad tan estimable como escurridiza. No resulta sencillo, por Io común, soslayar, en este empeño, el riesgo de un relativismo antropológico, a tenor del «homo mensura», presente en cualquier planteamiento de signo individual. Ello explica el recurso a otras ciencias humanas por los actuales cultivadores de Ia Estética, adscrita en consecuencia a una metodología empírica, más propia de los saberes obtenidos por rigurosa demostración. Sin renunciar a tentativa alguna, en este difícil camino, y con Ia exigible modestia en el ánimo, parece razonable intentar un acercamiento a los hechos o fenómenos estéticos, a través de los vocablos mismos, descubiertos in situ, es decir, en los idiomas cultivados por representantes de Ia literatura universal, creadores en definitiva de las expresiones que afectan a Ia belleza natural o artística. TaI vez fuera suficiente consignar, a este propósito, u en las raíces lingüísticas del tronco indo-europeo se encuentran ya las acepciones estéticas de «forma», «esplendor», «gozo», «bondad», «conveniencia». Pero es lícito suponer, en los posibles lectores, un justificado deseo de acudir a Ia clásica limpidez del hontanar grecolatino, mejor que a las no siempre claras aguas del sánscrito. Hornero, padre de Ia épica griega, emplea Ia palabra kalós para designar una intuición exterior de Ia esencia misma de Io
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