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ESTUDIOS
JOSE ORTEGA Y GASSET (1883-1983)
Asistimos (1983) al primer centenario del nacimiento de José Ortega y Gasset. Cuadernos Salmantinos de Filosofía, a partir de su primer número (1974), viene ocupándose del pensamiento iberoamericano, que desde los comienzos figuraba como campo especializado de su interés editorial. La obra de Ortega y Gasset no ha tenido hasta ahora puesto significativo en sus páginas. La circunstancia de este centenario parece buena oportunidad para recordar esa obra. La primera parte del presente volumen recoge, en consecuencia, varias colaboraciones que se hacen eco de Ia figura de nuestro filósofo. No serán tantas y tales como hubiéramos deseado, pero sí las suficientes como para dejar constancia de Ia fecha, que sería injusto pasase ante nosotros desapercibida. Existen razones adicionales para recordar a Ortega en nuestra pubUcación. Vamos a indicar algunas de ellas. La primera resulta de que también él dirigió buena parte de sus «apasionadas» cuanto lúcidas meditaciones a ahondar en nuestro pasado cultural y a discernir los valores de las creaciones y los nombres más significativos de ese pasado. Lo hizo desde una filosofía que entiende como -ciencia general del amor» (Obros, Madrid, I, 1968, p. 316); y para identificar en las gestas hispánicas las corrientes de espíritu consonantes con los «motivos clásicos de Ia humana preocupación» (I, p. 312). Su obra enriqueció nuestra sensibilidad para entender mejor el Quijote y Las Meninos, los nombres de Vives o de Goya, Ia arquitectura de El Escorial o el paisaje de Castilla. Supo hacerlo abierto a las corrientes universales del espíritu y a Ia par desde el amor a Ia circunstancia española más inmediata. Explicando al «lector» los motivos de sus Meditaciones del Quijote: «Todos [sus ensayos], directa o indirectamente, acaban por referirse a las circunstancias espafiolas»; ensayos de «salvación» inspirados en el convencimiento de que «hay dentro de cada cosa Ia indicación de una posible plenitud». Mas esa plenitud sólo se descubre y entrega a quien se acerca a su estudio con «amor intelectual», actitud en Ia que se nos recuerda el amor intellectualis de Spinoza (pp. 311-12). Esto Io escribe en 1914, al pasar Ia línea de su treinta años, edad que para él significa Ia de entrada en posesión de las propias ideas, dejando atrás los años en los que predomina Ia disposición receptiva de las ajenas. En el «Prólogo» (1916) que antepone a varios de sus escritos juveniles (Personas, obras, cosas) insiste de nuevo: «Mi juventud
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