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TRAYECTORIA Y SENTIDO DE LA ETICA EN EL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO
E] interés por los problemas éticos constituye una constante en el pensamiento filosófico latinoamericano. Esto tiene su explicación en el hecho de que Ia reflexión teórica, en los pueblos de América latina, se ha ejercitado en una muy estrecha vinculación con los conflictos de Ia praxis socio-política. La propia organización de estas jóvenes naciones demandó en todo el siglo pasado (y buena parte del presente) una atención prioritaria y permanente. No se trata de Ia simple urgencia del «primum vivere...», sino de algo mucho más complejo: era necesario saber cómo habría de vivirse, cuál habria de ser el proyecto fundamental de existencia. Modelos caducos colisionaban con modelos utópicos; múltiples intereses creados estaban en lucha entre sí y con ideales inapelables o que rozaban a menudo Ia quimera o el desvarío. Cuando, en medio de ese campo conflictivo, Uegan a darse las mínimas condiciones necesarias para el despertar de Ia conciencia reflexiva, ésta se encuentra, ante todo, con Ia desorientación práctica. Se carece de una noción clara acerca de qué se debe hacer. Y el esfuerzo del pensamiento, entonces, se consagra a ese menester impostergable. La auto-reflexión, traducida en las investigaciones de muchos pensadores latinoamericanos acerca de su propia realidad, no responde tanto a un vacío (aunque natural) chauvinismo, sino ante todo a Ia perentoria, necesidad de hallar orientación n Ia conducta. Y esa realidad investigada es particularmente difícil de abarcar conceptualmente. Convergen en ella, por Io pronto, raíces muy heterogéneas. La influencia de Ia cultura francesa —hacia Ia cual vuelcan su atención los intelectuales latinoamericanos durante y después de las guerras de independencia—, así como de Ia alemana y Ia inglesa, es algo incuestionable. Por otra parte, sin embargo, es también incuestionable el hecho de que España (o Portugal en el caso de Bras:il) proporciona a estos pueblos no sólo Ia lengua, sino también creencias y costumbres, y, en suma, toda su tradición y su forma de vivir. Esa herencia europea, con Ia que Latinoamérica se incorpora definitivamente a Ia historia de Occidente, resulta, a su vez, transfigurada a través de su encuentro y sus múltiples combinaciones con Ia abundsjite y variada tradición autóctona. Esta mantendrá caracteres dominantes en países como México y Perú, y será relativamente débil en otros como Argentina y Uruguay; pero en todos, sin excepción, intervendrá de manera sensible, contribuyendo a acuñar, al conjugarse con el legado del Viejo Mundo, formas culturales verdaderamente inéditas. Y no son menos decisivos los diver-
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