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ACTUALIDAD
LA AUDIENCIA DEL PONTIFICE A LA ROTA ROMANA Aparte del importante discurso de Pablo VI a los componentes del Tribunal de la Rota y a los Abogados que ejercen en él, la Audiencia del pasado 28 de enero tuvo otros aspectos que no han alcanzado tan amplia publicidad y que sin embargo considero de gran interés para los Jueces eclesiásticos y para cuantos trabajan en el ámbito del Derecho canónico. Me refiero a las palabras que el Papa dirigió espontáneamente a los Auditores, en la Sala contigua a su Biblioteca privada, y al discurso con que saludó al Santo Padre el Decano del Tribunal. Creo que merece la pena dejar constancia de aquéllas y de éste en la Revista. La Audiencia se desarrolló en tres momentos sucesivos. En primer lugar el Decano despachó personalmente con el Papa durante unos minutos en la Biblioteca. A continuación, y después de saludar uno a uno a los Auditores, Su Santidad les dirigió una Exhortación, evidentemente improvisada, bellísima en la forma y muy rica de contenido. No piensen ustedes —dijo con sencillez y afecto— que el Papa se olvida de los Auditores de la Rota. Que en e s te momento en el que se da tanta importancia al ministerio pastoral de la Iglesia y a la reforma del Código de Derecho canónico, el Tribunal ha pasado a un segundo plano en el recuerdo y en la gratitud del Vicario de Jesucristo. No ha sido así. El Papa les estima y les comprende. El Papa reconoce lo esforzado que es su trabajo, alejado por otra parte de las compensaciones que da el trato directo con las almas en el ministerio del culto y del brillante rendimiento que puede proporcionar la labor de cátedra. Sé que están ustedes entregados a una misión muy difícil, oscura y, en ocasiones, incomprendida. Pero querría también decirles una palabra que les sirviera de estímulo y que les demostrara mi aprecio. Prescindiendo de las ideas que otras veces hemos expuesto, hoy quisiéramos fijarnos en la representatividad eclesial de la misión que ustedes desarrollan. En la medida que sus sentencias son profundas, serias, luminosas, en esa medida resplandece a través de ellas la grandeza de la Iglesia. Todo el prestigio y la altura que ustedes confieren a su Tribunal, redunda en la fuerza que la Iglesia puede tener de frente al mundo y en el benéfico influjo que puede ejercer en él. Más todavía, muchas almas, muchas personas concretas, tendrán de la Iglesia la idea que hayan alcanzado a través del contacto establecido con el Tribunal en torno a problemas y situaciones que son decisivas en su vida. A través de la ciencia, la prudencia y el celo con que administre la Justicia el Tribunal, se dibujará una imagen siempre más limpia de la Iglesia. El Decano, por su parte, en la última y más solemne fase de la Audiencia, desarrollada en la Sala del Trono, dirigió al Papa el siguiente saludo:
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