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EL NUEVO CODIGO DE LA MUSICA SACRO-LITURGICA Pienso yo, amable lector, que cualesquiera que fueren nuestros gustos personales sobre las artes, y especialmente sobre el de Ia música, por fuerza habremos de convenir en Io inspirados que estuvieron nuestros padres al condensar algunos de los muchos efectos de esta última en aquel proverbio, que por su laconicidad, por su casticismo, por su perfecta consonancia honra altamente nuestra rica e instructiva paremiología hispana : quien canta sus duelos espanta. Y, en efecto, no creemos haya habido mortal alguno sobre Ia tierra que no haya experimentado en su espíritu —y por Ia ley que llaman de Ia redundancia, operante en los compuestos substanciales, también hasta en su cuerpo— los efectos benéficos de Ia música, muy en especial de Ia patria y de Ia sagrada. Dejando aparte cuanto Ia mitología pagana nos legó sobre las proezas llevadas a cabo por Orfeo con los magníficos acentos arrancados hábilmente a su lira, amansando a las fieras, arrastrando tras sí los árboles y hasta suspendiendo el curso de los ríos, bástenos recordar, en primer término, el dicho de las Sagradas Escrituras: "Vinum et música laetificant cor"1. El vino y Ia música alegran los corazones. Pensamiento éste al que siglos más tarde el príncipe de los líricos latinos, Horacio, habría de dar, en una de sus Odas a los amigos, Ia bien conocida y para nosotros insuperable expresión: Illic2 omne malum vino cantuque levato ! Y en segundo término, acercándonos ya a Ia historia, terreno, en verdad más firme y seguro que el resbaladizo de Ia poesía, bástenos recordar las lágrimas que a una persona, psíquicamente tan equilibrada, como el Angélico Maestro, arrancaban los acentos musicales de Ia Antífona O Rex glorióse, y, en fin, para no alargar Ia lista, bástenos hacernos eco de Ia respuesta que Napoleón Bonaparte, el genio de Ia guerra moderna, dio a los aduladores (que en ninguna época faltan) cuando Ie felicitaban por sus victorias, tan numerosas y brillantes: mis triunfos, más bien que a mis cualidades personales, han de atribuirse al himno de Ia Marsellesa. Nada, pues, de extrañar que Ia Iglesia, ya desde sus comienzos, haya incorporado primero a sus costumbres, más tarde a su legislación
Eccli., 40, 20. El poeta escribía esta Oda a sus amigos de Troya. Cfr. OiiAZio Fi.ACCO, Opere púrgate, ed. Prato, 1840, vol. I, pág. 241.
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