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Pascua, anticipo de salvación
La Iglesia, desde los primeros momentos de su existencia, tuvo siempre en puesto preeminente el acontecimiento histórico de Ia Resurrección de Cristo y quiso hacer permanente su recuerdo en Ia celebración litúrgica del «día del Señor». Celebraban en él los cristianos, con Cristo resucitado, Ia nueva vida con que habían sido regalados. El Domingo se convirtió así en una repetición continuada de Ia Pascua. No obstante, anualmente, las solemnidades pascuales trataban de reproducir el clima salvifico del acontecimiento central del Cristianismo. Por eso, los cristianos se reunían en Ia expectación de «este día» y, entre plegarias y cantos, creaban el ambiente necesario para recibir de nuevo al Señor. Los misterios de Ia luz y del bautismo culminaban en Ia celebración eucarística, en Ia que el cristiano profesaba consumar su unión con Cristo. Pronto Ia orientación de esta espera se encauzó hacia Ia «Parusía» o segunda venida del Señor, en Ia que tendrá cumplimiento escatológico y definitivo Ia Salvación. Era vivida a Ia vez como una realidad presente y actual, en Ia fuerza del misterio. El Reino de Dios se convertía simultáneamente en presente y en futuro. La Parusía representa Ia revelación final de aquella realidad histórica que ya existe. En su consumación definitiva, señala el punto en que Ia Historia se convertirá en Reino de Dios eterno. El contenido escatológico de Ia Parusía fue intensificándose con el desarrollo de las festividades pascuales. En ellas, junto con el misterio presente, el cristiano actuaba su gran esperanza. La celebración litúrgica terrestre se colocaba en continuidad con Ia celebración de Ia Muerte y de Ia Resurrección de Cristo, en presencia del Cordero en Ia Cena Pascual, en Ia Pascua definitiva.
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