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Los Belmontes y los Beleños astures
Los celtas, además de rendir culto a las aguas y a los árboles, divinizaban también las peñas'. Este testimonio de sacralización de las peñas lo proporciona San Martín de Dumio en el siglo VI de nuestra Era. Este santo en su Cristianización de gallegos y astures se esforzaba por acabar con la herencia celta de poner velas encendidas junto a las peñas, las fuentes y los árboles y también junto a los lagos y las encrucijadas 2 . El hombre en el periodo animista, como ocurre con los celtas, ve lo sagrado en los astros y en las fuerzas telúricas, en la luz y hasta en las piedras de caliza. Está claro que el hombre primitivo se sumerge y se pierde en la dimensión cósmica. Los celtas veneraban las piedras de caliza por su color blanco al que emparentaban con la luz y la claridad, mientras el color negro y la negrura lo asociaban con la obscuridad. Esto nos dice que el hombre desde siempre temió la obscuridad y contrarrestó este miedo con la luz solar durante el día y con la luz lunar durante la noche o con la luz del fuego. Por eso, los celtas, como los hombres de las cavernas, rendían culto no sólo a la luna, sino también al sol y al fuego, como fuentes perennes de luz y calor. Así pues, se reitera que el hombre desde siempre padeció un miedo ancestral a la obscuridad y a lo desconocido. Por ejemplo, todavía a principios del siglo XX, en la región de los antiguos Pésicos del Occidente asturiano, algunos aldeanos al canto del gallo salían a bus1 Sainero, Ramón, La huella celta en España e Irlanda, Barcelona, 1987, pág.I13. 2 Blázquez, J.M., Imagen y Mito, 1977, pág. 460.
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