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SAN VICENTE FERRER, PREDICADOR DE LAS SINAGOGAS
por VICENTE BELTRAN DE HEREDIA, O. P.
El episodio de Ia iglesia de Ia Veracruz, tan conocido en Salamanca, episodio rigurosamente histórico, aunque adornado por Ia leyenda, no es más que una muestra de Ia campaña emprendida por el Taumaturgo Valenciano para atraer a los judíos al seno de Ia Iglesia. Esta campaña adquiere todo su realce encuadrada en el marco del esfuerzo multisecular desplegado por España para resolver el añejo problema israelita, problema complicado y difícil que venía preocupando desde los comienzos de Ia edad media. Brevísimamente voy a delinear sus últimas fases en el aspecto religioso y doctrinal, para situar luego adecuadamente Ia actuación de nuestro Santo, decisiva en cierto sentido en ese mismo aspecto doctrinal y religioso. Si analizamos las actividades de apostolado y de cultura religiosa emprendidas por Ia España cristiana a partir del siglo VIII, comprobaremos que una parte considerable tiene por objeto Ia conversión del elemento hebreo disperso por estas regiones. La conversión del Islam es problema posterior y se plantea en otra forma, aunque al correr de los siglos vengan a situarse ambos en posición paralela. Ni con uno ni con otro pueblo era posible el apostolado directo. Pero el contacto y colaboración asidua de sus hombres de letrascon el elemento sabio de los cristianos en empresas de índole cultural se prestaba a un intercambio de ideas y a discusiones científicas, que muchas veces recaía sobre temas aflnes a Io que hoy llamamos preámbulos de Ia fe. Situados en ese terreno común, era fácil a nuestros controversistas derivar Ia discusión hacia el campo de las diferencias religiosas que separaban a unos de otros, argumentando según las normas trazadas por Santo Tomás precisamente para estos casos concretos a petición de San Raimundo de Peñafort. Así se llegó a dar estado normal a Ia discusión, a Ia alta controversia religiosa, siendo el mismo Santo catalán el encargado de dirigirla. Para ello era preciso conocer las lenguas respectivas, el hebreo y el árabe, Ia literatura fllosóñca y religiosa de ambos pueblos, su historia y costumbres, etcétera. A eso se ordenaban las famosas escuelas de lenguas semíticas que se organizaron y pusieron bajo Ia alta dirección del codificador de las Decre"8almantlcensls", 2 (1968).
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