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En los últimos dos siglos, se ha venido confundiendo cada vez más la búsqueda por el sentido de la existencia con la lucha por la supervivencia y la comodidad. Tanto la crisis del pensamiento moderno, como la continua innovación en las exigencias tecnológicas y legales para insertarse a la dinámica social en el diario trajín por cubrir las necesidades básicas para vivir, terminaron por volver pragmáticos y utilitaristas a los ciudadanos. Desterrada así la ética de la vida cotidiana, la existencia se ha
transformado en un campo de batalla donde pareciera que el único y auténtico interés existencial de la mayoría es la lucha individual por sobrevivir en sí misma y no el desarrollo personal en comunidad. Provocándose de este modo una paulatina
degradación del tejido social en el que nos encontramos inmersos que complica, cada vez más, la preservación de una seguridad fundamental para dicho desarrollo. En ese sentido, la seguridad fundamental de las personas se ha bifurcado en dos
extremos: Uno, el de la obtención de los insumos pertinentes para la supervivencia y el desarrollo de la persona y de su familia, en un interés legítimo y, otro, el de la acumulación de riquezas más allá del necesario patrimonio, como un fin per se. Por su
parte, las conductas políticas y sociales han manifestado la misma sintomatología: Mientras que de un lado se da la búsqueda del bien común en las distintas arenas de la polis; por el otro lado, las conductas sociales son manipuladas y modificadas con el
propósito de preservar intereses individuales o de partido o facción política.
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