|
CRÍTICA DE LIBROS
Estimado Antonio: Permíteme que presente en público tu libro con el recurso literario de la carta (al que fue tan aficionado Rousseau). De este modo, además de comunicarte con sencillez lo que pienso de tu obra, busco alcanzar un cierto grado de sinceridad y agradecerte la inolvidable influencia que recibí de tus clases. Espero que no te parezca mal, que disculpes mi atrevimiento. 1. Quería aprovechar la ocasión que nos convoca para recordar en voz alta las primeras impresiones que viví en esta Facultad. Llegué aquí en 1976, con 17 años. Explicabas Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea. Todavía veo en mi memoria cómo entrabas a toda velocidad en la pequeña aula, exponías al filósofo –siempre de pie- como un libro diáfano, sin consultar papel alguno. Por mi parte, escasas notas tomaba. Me limitaba a escucharte con total concentración para intentar comprender, por ejemplo, las tríadas de la filosofía de Hegel, la fenomenología de Husserl, los existenciarios de Heidegger, etc. Para un ignorante como yo, pero inquieto, escuchar clases tan claras -con lenguaje impecablemente estructurado-, y comentarios críticos lanzados por aquí y por allá sobre los límites y lo “problemático” de cada propuesta filosófica, constituía una de las experiencias intelectuales más vívidas de mis estudios en esta casa. Me abriste un amplio horizonte. Llegaste a ser –sin pretenderlo- un fuerte impulso para seguir mi vocación docente. Fuiste para mí (y para muchos compañeros) el mejor expositor y crítico de filósofos que en esta Facultad tuve el privilegio de escuchar durante dos cursos. Por ello me agradó leer tu Historia de la filosofía contemporánea (B.A.C., Madrid, 2003). Era algo así como oír ecos de aquellas lejanas clases que recibí en un oscuro rincón de esta Facultad, hace ya nada menos que tres décadas. Y quiero animarte hoy a que concluyas el otro tomo: Historia de la filosofía moderna. También lo leeré con afán de aprender y, sobre todo, con nostalgia de aquellas ordenadas clases que treinta años atrás me presentaron un mundo nuevo, me empujaron hacia la docencia. 2. Pero no sólo tus clases impulsaron mi vocación filosófica, sino igualmente tus escritos de aquellos años. Recuerdo que lo primero que leí de ti, Antonio, en 1978, fue tu introducción al volumen que Ediciones Paulinas publicó de los Discursos a la Academia de Dijon (1977). El profesor Turienzo nos mandó leer estos escritos de Rousseau para la asignatura de Ética. Dedicaba una hora cada semana a exponernos las influyentes ideas del ginebrino plasmadas en los discursos que íbamos leyendo por partes. De vez en cuando se refería nuestro catedrático a tu introducción, a la acertada traducción y a las notas clarificadoras del texto. La “publicidad” que nos hizo Turienzo de los discursos y de tu saber era más que suficiente para anhelar tus clases. Nos enteramos entonces de que una de tus “obsesiones filosóficas” era la obra del ginebrino, que ha durado hasta hoy. Por cierto, aún conservo subrayado tu libro El deísmo religioso de Rousseau (Publicaciones
Carta abierta al profesor Antonio Pintor-Ramos sobre el libro Rousseau. De la naturaleza hacia la historia (Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca, 2007)
|