|
HlSTORIA ECLESIÁSTICA
413
que en ellos se juega Ia viabilidad de ia hipótesis. Por ejemp!o: se habla del «instante» de Ia muerte como el mismo de Ia resurrección; del «momento» de Ia muerte como no «distanciado» del de Ia resurrección (294, nota 14). Pero en Ia página anterior se ha dicho que hay «una verdadera diferencia», más aún, «una verdadera distancia» entre el «momento» de Ia muerte y el «momento» de Ia resurrección» (293). O al menos así Io estipula el documento papal. En otro iugar he escrito que el actual debate sobre el estado intermedio «se interna ya en un fárrago de confusas sutilezas» (J. L. Ruiz de Ia Peña, Lo muerte, destino humano y esperanza cristiana, Madrid 1984, 69s.); Ia hipótesis de J. GiI confirma este diagnóstico. Algunas observaciones más, de menor cuantía. Sorprende que en una tesis doctoral sobre el estado intermedio no se mencione en absoluto el documento que en 1979 hizo público Ia Congregación de Ia Fe acerca de Io mismo (AAS 71, 939-943). Tanto más cuanto que Ia hipótesis del autor encaja perfectamente dentro de ese texto. Greshake ha matizado últimamente su postura sobre ei carácter no vinculante de un término temporal de Ia historia. Se me atribuye Ia defensa de una «temporalidad postmortal discontinua» (190); en realidad, de Io que yo hablo es de una «duración sucesiva discontinua» (como se reconoce más adelante, 264, nota 54), al referirme a Ia duración de los muertos. En rigor, creo que hablar de -temporalidad discontinua» es una contradictio in adjecto; quien dice temporalidad dice duración continua y sucesiva. Obviamente no es ésa Ia opinión del autor; por eso me trasfiere Io de «temporalidad (y no duración) discontinua». En todo caso, estas observaciones no oscurecen los valores del trabajo de J. GiI; se trata de un estudio serio, concienzudo, meditado, que tiene además el mérito de proponer una teoria original. Cosas todas, por desgracia, poco comunes en Ia literatura teológica actual. Libros de esta clase han de ser, por fuerza, po!emicos, pero son también estimulantes. Y, a fin de cuentas, eso es Io que importa. J. L. Buiz de Ia Peña
2) HISTORIA ECLESIÁSTICA A. Faivre, Les laïcs aux origines de l'Eglise-. (Paris: Le Centurion 1984) 296 pp. El autor, conocido por otras obras sobre los misterios (Fonctions et premieres étapes du cursus clerical, 1975; Naissance d'une hiérarchie, 1977), aborda en este estudio el tema de Ia participación de los laicos en Ia vida de Ia Iglesia durante los primeros siglos. Partiendo de Ia situación histórica de olvido y redescubrimiento actual del laicado, se propone presentar Ia verdad de los laicos y del laicado desde Ia praxis y sentido más primigenios (pp. 5-10). En Ia primera parte (caps, l-lll) trata del «nacimiento de un laicado» durante los siglos MI (pp. 13-60). Después de ofrecer un panorama sobre Ia situación que presenta el NT, en el que si bien aparecen las bases de un. desarrollo posterior no se puede hablar todavía de «clérigos» y «laicos» (pp. 13-27), pasa a hablar de Ia «aparición del hombre laico», analizando
|