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JUAN CARAMUEL EN EL PANORAMA CULTURAL EUROPEO DEL SIGLO XVII
Hace unos años excitó mi curiosidad una afirmación de Menéndez Pelayo según Ia cual Caramuel es «uno de esos portentos de sabiduría y de fecundidad que abruman y confunden el pobre entendimiento humano». Añadía Menéndez Pelayo que en Ia Mathesis Audax se había propuesto Caramuel resolver, mediante números y lineas, aritmética y geométricamente, las cuestiones más candentes en Lógica, Física y Teología. Desde entonces vengo averiguando quién era ese «portento de sabiduría» y cómo resolvía audazmente, «more geométrico», las cuestiones lógicas, físicas y teológicas. Con esas averiguaciones intentaré ofrecer aquí un esbozo de Ia figura de Caramuel, intentando situarla, como se me ha pedido, en el panorama cultural europeo del siglo xvii. Juan Caramuel de Lobkowitz nace en Madrid, en 1606; se educa en el ambiente cortesano —sus padres, oriundos de Luxemburgo, habían entrado al servicio de los Austrias españoles—, y comienza a descollar muy pronto como niño prodigio. Estudia Humanidades en Alcalá; ingresa en Ia Orden cisterciense, haciendo su profesión de fe en el Real Monasterio de Ia Espina (Valladolid); allí encontró a un fraile, hermano de orden, por quien sintió gran admiración: Pedro de Urefta, «uno de los mayores ingenios que ha conocido nuestra edad»; de él aprovecha Caramuel varias investigaciones científicas: En Música, Ia reforma del canto gregoriano; reforma que Caramuel difundió, luego, por Europa. En Astronomía, ideación de un método para medir Ia longitud siguiendo los movimientos de Ia Luna; método que adoptó Caramuel en su proyecto de resolución al problema de Ia longitud en el mar presentado al Consejo de Indias. En este certamen, propuesto por Ia monarquía española con un premio de 6.000 ducados de renta perpetua más 2.000 de renta vitalicia, participó Caramuel al lado de los mejores matemáticos y cosmógrafos europeos: Arias de Loyola, Fonseca Coutiño, Juan Bautista Morín, Florencio van Langren, Galileo Galilei, Cristóbal Borri, etcétera. Y su método (mediante Ia observación de los movimientos lunares) condujo a resultados positivos, relegando el alternativo (a través del uso de Ia aguja magnética) al olvido, pese a los esmerados y múltiples experimentos; tantos, que ya Cervantes en el Coioquio de los perros aludía a tas constantes preocupaciones de los matemáticos por encontrar el punto fijo. De La Espina pasa Caramuel al monasterio, también cisterciense.
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