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De la acción oratoria en el púlpito del siglo XIX
JOSÉ RAMOS DOMINGO Universidad Pontificia de Salamanca
Una adecuada profundización de nuestra predicación sagrada quedaría sin ajustarse debidamente si no dirigimos nuestra atención y mirada hacia el instante y proceso en el que ésta tomaba vida y corporeidad en el momento de la acción oratoria. No basta, pues, para comprender todas las “sonoridades” de nuestro sermonario, el limitarnos solamente a la lectura de sus textos, ya que en dicho quehacer, al final, nos faltaría por “escuchar” su mejor parte. Hablamos aquí, de la voz y el gesto, es decir, de lo que en un instante fue vida y difícilmente puede transcribirse al papel ni menos aún superar la prueba de la imprenta. No, no se puede traducir en una página todo el rico lenguaje de las cadencias, flexiones, ondulaciones y sonoridades varias que a lo largo del tejido del sermón habían de hacerse y tratarse en solícita convocatoria de preceptiva. Cicerón, en su Orador, ya lo apuntó y reseñó como la parte más sugestiva del discurso, llamándola elocuentia corporis, pronunciación toda del cuerpo humano que demandaba en su ejercicio la oportuna conjugación de la voz y el gesto, gesto que nunca debía desamparar ni dejar de auxiliar a la entonada palabra vertida en el motivo, el periodo o la dilatación.
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