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Diálogo Ecuménico t. XLII, n. 132 (2007) 605-628
recensiones
Santiago Mata, El hombre que demostró el cristianismo. Ramón Llull (Madrid: Rialp 2006) 219 pp. ISBN: 84-321-3599-2 Ramon Llull, castellanizado con el nombre de Raimundo Lulio, es uno de los pensadores españoles más destacados a nivel mundial, y desde luego la gran figura del siglo XIII en nuestro país. Este libro, del historiador y periodista vallisoletano Santiago Mata, quiere ser un acercamiento completo a Lulio y a su tiempo, de forma concisa y divulgativa. En el prólogo, Pedro Antonio Urbina indica la actualidad del personaje estudiado, que “da una lección teórica y práctica al hombre de hoy, a muchos de sus problemas y cuestiones” (p. 11), sobre todo en dos líneas principales: la razonabilidad de la fe cristiana y la pasión por el diálogo interreligioso (judaísmo e islam en este caso). De ahí el enfoque que da título al libro: la demostración del cristianismo en unas circunstancias concretas. El autor advierte en la introducción que hay que dar el paso de la apariencia de un hombre de acción que puede darnos el mallorquín, por sus muchos viajes, a la atención a su rico pensamiento religioso. El primer capítulo indica el marco geográfico e histórico de Lulio: el mar Mediterráneo y la isla de Mallorca en el siglo XIII, haciendo un sucinto resumen de la historia religiosa del lugar, con especial interés en el islam y su expansión en el suelo hispano, el origen de las cruzadas, las herejías, y la reconquista cristiana de Mallorca por Jaime I, tras la cual hay que situar al biografiado. El segundo capítulo ya aborda la vida de Raimundo Lulio, nacido en 1232 ó 1233 en el nuevo asentamiento cristiano mallorquín, en torno a la corte, con su ambiente de caballería y amor galante que dio lugar a una larga tradición de trovadores, y que es donde lo encontramos en su juventud. En 1256 es senescal del príncipe Jaime II, con una buena posición y riqueza, casado y con hijos. En aquel entonces, por otra parte, “la situación de los musulmanes que se quedaron en Mallorca era equiparable a la esclavitud, y ni los cristianos mostraron interés por predicarles el Evangelio, ni tampoco el bautismo hubiera implicado una automática promoción social” (p. 51).
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