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EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA
por ALBERTO COLUNGA, O. P.
En Ia memoria de todos está Ia enconada lucha entablada a ñnes del siglo pasado y principios del presente sobre el problema de los orígenes del mundo. Al fin, Ia contienda se vino a resolver en que Ia enseftanza del primer capítulo del Génesis se limita al primer artículo de nuestra fe: «Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de Ia tierra». Todo Io demás es una a modo de parábola que el autor sagrado emplea para inculcar a un pueblo rudo, con Ia obra de Ia creación, el precepto sabático que tanta importancia tenía en Ia legislación mosaica. La cosmogonía bíblica, de que tan entusiasmados estaban algunos exégetas, los cuales querían ver en ella una prueba de Ia revelación divina concedida a Moisés, hubo de ser echada en olvido. La S. Escritura, como libro religioso que es, no plantea los problemas científicos, que Dios entregó a las disputas de los hombres. Con este problema de los orígenes está relacionado el de los flnes. El Evangelio nos habla de Ia consumación del mundo. Se incluyen en esta expresión el fln de Ia historia humana y el juicio último del linaje humano, Io que no ofrece dificultad ni a Ia exégesis ni a Ia teología. Pero del mundo, es decir, de los cielos y de Ia tierra, que, según el Génesis, fueron creados para servicio del hombre, ¿qué será? La teología antigua, representada por Santo Tomás, se ocupó de este problema y, fundándose en algunos textos bíblicos, y en las concepciones físicas de Ia época, afirmaba Ia conveniencia de que los demás cuerpos, fuera de los humanos, recibieran de Ia bondad divina alguna perfección gloriosa, mediante Ia cual se acomodara al nuevo estado del hombre, de suerte que éste pudiera contemplar con los ojos corporales Ia gloria de Ia divinidad reflejada en el mundo visible. Así pensaba explicar las palabras de Lsaías, citadas luego por San Pedro y por San Juan (Is. 65, 17; 66, 22; Apoc. 21, 1). Esto estaba en armonía con Ia común sentencia relativa al cielo empireo, en el que Dios desplegaba su magnificencia en favor de los elegidos. (Cf. Sum. Theol. I, q. 66, a. 3). ¿Qué nos dice sobre esto Ia Escritura? Es Io que me propongo exponer ahora brevemente Empecemos por recordar que, según Ia Biblia, Dios creó todas las cosas por amor del hombre. TaI es el pensamiento del capítulo primero
"Salmanticenals", 3 (1956).
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