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LA ORIGINALIDAD DE LA MISTICA ESPAÑOLA. EL REALISMO ESPIRITUAL
Acabo de terminar un largo y detenido estudio sobre Ia mística española de los siglos XVI y XVII, sus diversos derroteros, altas cimas, valles abismales, desviaciones, lenguaje, disputas, autores. Ocasión propicia para preguntar por Io que, a mi parecer, constituye el exponente más claro de su originalidad. Lo designarla con dos palabras: realismo espiritual, o integración de cuerpo y alma en las tareas del espíritu. 1. La mística española, siguiendo al Evangelio, señala al cristiano una meta inalcanzable: sed perfectos, como vuestro Padre ceíestiai es perfecto. El hombre es ser en camino, puede pecar y peca. No es impecable, como dicen los alumbrados, ni tampoco está esencialmente corrompido y todo en él deviene pecado, según parecer de los luteranos. Dios perdona, el hombre pide perdón, y el Evangelio trae Ia alegre nueva del perdón de los pecados, del padre que sale a abrazar al hijo pródigo. El Sacramento de Ia penitencia, después del bautismo, nos convierte en hombres nuevos. El cristiano es capaz de mejorar, de transformarse en Dios, de conquistar paso a paso el idea de Ia perfección. Nuestros místicos, desde Osuna, Palma y Laredo, siguiendo por San Juan de Ia Cruz y sus discípulos, hasta Molinos, escriben para aqueUos que «ya 1 están bien desnudos de las cosas temporales de este siglo» , «que están ya aprovechados y encaminados en Ia oración»2 y buscan Ia unión con Dios. 2. Ellos aceptan en totalidad Ia buena nueva. El Evangelio es el mensaje más realista, y por Io mismo más humano y humanista. Describe Io que puede el hombre de fe, no sólo con sus fuerzas naturales sino con Ia ayuda permanente del espíritu, que vivifica su interior, desde el punto de partida, que es el pecado, hasta el de llegada a Ia visión intuitiva, pasando por todas las alternativas y recomienzos que exige Ia confrontación permanente entre nuestra carne y nuestro espíritu. Aquí entronca Ia capacidad creadora y eficaz del hombre, cantada con Ia humildad que comporta nuestra debilidad y contingencia, y siempre respaldada por el que prometió estar con nosotros hasta el fin de los tiempos. 3. El EvangeUo distingue con claridad Io que puede el hombre por sí mismo, ayudado por Dios, y Io que puede en virtud de Ia acción espe1 San Juan de Ia Cruz, Subida o¡ Monte Carmelo, Prólogo, 9. 2 M. Molinos, Guía Espiritual, p. 105.
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