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Con pocas excepciones, cada tomo del Cursus theologicus comienza con un
panegírico al Divus Thomas1. En el caso del tercer tomo, que se dedica a unas
cuestiones de la Prima secundae de la Summa y donde se encuentra el grabado del árbol
de las virtudes, se presenta al filósofo griego Diógenes de Sinope, designado como un
amador de la moralidad. Él habitaba como un ermitaño en un barril de arcilla, en el
interés de alejarse de la compañía de la muchedumbre que lo detendría, y para dedicarse
a la consideración de la belleza del sol2. Los Salmanticenses se compararon a Diógenes
porque ellos también buscaban la luz, pero aquella del Doctor comúnmente
representado con el sol en su pecho. Los teólogos descalzos salmantinos miraban al
Aquinate como “el sol más claro de la teología”, mientras escribían sobre él en sus
celdas, como en barriles3.
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