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Los estudios realizados en los últimos años, especialmente desde que a finales del año 2016 el papa Francisco anunció la celebración de un Sínodo sobre Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, constatan la existencia de una lejanía y de un abandono prematuro por parte de los jóvenes de la Iglesia, además de una irrelevancia de la institución eclesial en sus preocupaciones e intereses del día a día.
Unido a esto, desde hace unos años venimos asistiendo a una desinstitucionalización de la religiosidad, o lo que algunos han denominado como cisma light. Esta es una realidad cada vez mayor y que se ha potenciado con la pandemia de la Covid-19, donde muchos jóvenes creen sin pertenecer, esto es, no sienten la necesidad de una mediación humana y eclesial para creer y contraponen espiritualidad a religión. Y, por otro lado, tenemos algunos jóvenes que pertenecen sin creer, que frecuentan algún grupo juvenil parroquial o ligado a algún Movimiento o carisma específico, pero adolecen de un encuentro personal con Jesús
y, por ende, de un dinamismo misionero y comprometido con la comunidad eclesial más allá del pequeño grupo al que pertenecen.
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