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Introducción a Ia teología de Cicerón'
EI encuadrar a un hombre en su contexto vital es condición indispensable para enfocar su actividad en cualquier orden que sea. No se puede hablar de Cicerón como orador, como preceptista literario, como político o filósofo, sin considerar sus cualidades personales o el ambiente en que se movía en cualquiera de estas actividades. Escribí hace unos años: «Para entender perfectamente a un autor hay que hacerse su conviviente: no hay que dejarlo ni a sol ni a sombra, hay que estar siempre acechándole para captar sus impresiones, sus deseos, sus repugnancias, sus gustos, sus odios, sus caprichos, sus debilidades y sus grandezas. Sólo así nos explicaremos el sentido de mil frases que fluyen de su pluma o de sus labios en el momento menos pensado. Sólo así nos podremos considerar intérpretes auténticos de sus pensamientos. »Para entender cabalmente a Cicerón, hay que recibir carta de ciudadanía romana y trasladarse sin temor a aquel siglo I antes de Cristo, y observar el subido encono de los ánimos en las guerras civiles de Mario y SiIa, de César y Pompeyo, del Senado contra Marco Antonio, y de Marco Antonio con César Octaviano. Es necesario conocer el proceso de los juicios, Ia prelación de las magistraturas, las creencias del pueblo, el estado de Ia ciencia, Ia literatura romana, las costumbres de los ciudadanos, los derechos de Ia plebe, Ia arrogancia de los caballeros y las atribuciones del Senado.
(*) Cf. José Guillen, 'Dios y los dioses en Cicerón', Helmantica 78 (1974) sil·es.
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