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II. Bimilenario de Salustio
En congresos, sesiones académicas y discusiones científicas han celebrado historiadores y filólogos, durante el pasado año, el bimilenario de Salustio, historiador romano de Amiterno. Brega no fácil es indicar los resultados positivos. Como en los bimilenarios de Cicerón y Virgilio, Ia moderna reflexión sobre Salustio ha demostrado que Ia perspectiva abierta en estos pensadores fue germen fecundo de nuestra presencia cultural en el mundo. Si el espíritu de Europa comienza en Grecia, el imperio romano puso, por su parte, con los representantes de una nueva visión universal, ajena al pequeño Estado griego, el fundamento indestructible para Ia realidad histórica de Occidente. Salustio constituye, por derecho propio, una de las fuerzas configuradoras de Io que ha llegado a ser nuestro círculo cultural e histórico. Como intérprete del drama de Ia historia de Roma, no es Salustio inferior a Cicerón y Virgilio, con quienes comparte Ia paternidad latina de Europa. En el duelo último entre Ia antigüedad romana y el cristianismo en auge, forma Salustio Ia formidable cuadriga —con Cicerón, Virgilio y Terencio—, que quiere dominar el campo intelectual de las escuelas. Su incorporación a Ia reflexión cristiana, desde el nuevo horizonte de Ia salvación del hombre, culminará en San Agustín, que proclama a Salustio «historiador de acreditada verdad». Se comprende que el análisis de Ia revolución catilinaria llenara de entusiasmo al frío e intelectual Erasmo. Y si en Ia moderna literatura y pensamiento filosófico español no dejó vestigios hondos su lectura, por secular abandono de las lenguas clásicas, bastaría el testimonio de Nietzsche, que aprende en Salustio qué cosa sea el estilo, para probar su actual vigencia y eficacia. Fue Salustio, como Cicerón, un hombre nuevo, sin raíces en Ia vieja alcurnia y nobleza romanas. Para el joven que baja de los montes sabinos a las suaves colinas de Roma, Ia brecha hacia el poder se hace sólo
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