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NOTAS Y C O M E N T A R I O S
El latín, lengua de Ia Iglesia
Con este epígrafe publicó L'Os&ervatore Romaiw, en su número del 25 de abril de este afio, un extenso y documentado editorial, cuyas ideas, por Ia trascendencia que encierran, merecen Ia máxima difusión, «Ecclesia», órgano de Ia dirección central de Ia Acción Católica Española, Io ha reproducido íntegro en las páginas del número 1.032 (XXI, 1961, 491^94). Dicho editorial constituye tal vez Ia defensa más vigorosa y a fondo que se ha hecho del latín, no sólo bajo el punto de vista de su valor litúrgico, sino también como instrumento de sólida formac'-ón cultural y fuente de espiritualidad. Como el editorial es excesivamente largo, ante Ia imposibilidad de reproducir íntegramente el texto del diario vaticano, me ha parecido oportuno condensar a continuación las ideas más salientes lóg'.camente ordenadas en las tres partes en que está concebido el artículo editorial : I, Cualidades de Ia lengua que Ia ^lesia necesita; II. Ventajas del latín en el orden cultural: III. El latín debe ser lengua de uso corriente en Ia Iglesia. I. El editonalista comienza haciendo resaltar que Ia lengua latina es llamada, y con razón, lengua de Ia Iglesia, no porque no pueda subsistir s'.n dicha lengua, ni porque trate de anular con ella las lenguas y culturas nacionales, ni porque esté empeñada en imponer el latín a aquellas liturgias de ritos orientales, que conservan sus propias lenguas antiguas o modernas ; sino sencillamente, porque ha sido y sigue s'endo en todo el Occidente compañera inseparable de Ia religión católica, y tal como está en vigor hoy día en gran parte de Ia Iglesia, el latín es signo y vínculo a Ia vez de unidad religiosa y continuidad de doctrina. El hecho de Ia simb'.osis latín-Iglesia sigue siendo todavía realidad1 grandiosa, importantísima e inseparable de Ia concreta situación histórica, y esto por el triple carácter que al latín, como a n'nguna otra lengua, compete : su universalidad, su inmutabilidad y su prestancia. En primer lugar su universalidad. Si en los discursos dirigidos en circunstancias solemnes a este o aquel pueblo los Pontífices usan de buen grado lenguas nacionales, al tener que dirigirse a Ia familia catól-ca universal, el uso de una lengua nacional, propía de una comunidad concreta, seria un favoritismo que podría mirarse con recelo. El uso en cambio del latín, que no es lengua propia de ningún
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