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JOSE LUISABELLAN EN LATRADICION HISTORIOGRÀFICA DE LA FILOSOFIA ESPAÑOLA
La Historia de Ia Filosofia Española como rama independiente de Ia investigación cuenta ya muchos años de existencia. Sin remontarnos a los clásicos catálogos nominales, cronicones apologéticos y colecciones más o menos completas y fidedignas de los siglos XVI, XVII y XVIII, es en Ia segunda mitad de este último siglo y sobre todo en el XIX, cuando comienza a sentirse verdaderamente Ia necesidad de reconstruir nuestro pasado filosófico; y no como quiera, sino según los nuevos ideales de Ia ciencia histórica: euristica bien fundada, hermenéutica crítica y objetividad. Una picante anécdota transpirenaica: Ia impertinente, pero revulsiva frase de Masson de Morvilliers en Ia Enciclopedia metódica (París 1782), «¿Qué se debe a España? Desde hace dos siglos, desde hace cuatro, seis. Qué ha hecho por Europa?»; un ambiente socio-cultural proclive a resaltar los orígenes nacionales: el Romanticismo; un programa político reformista, ávido de clarificar el sinuoso curso de Ia tradición peninsular: el Liberalismo... He aquí en síntesis tres de los factores que estimularon nuestro regreso al pasado y que impulsaron los proyectos de investigación histórica habidos entre nosotros a caballo de los siglos XVIII y XIX. Los campos preferentes de cultivo historiográfico fueron Ia Literatura, el Derecho y Ia Filosofía. En los comienzos sobre todo los dos primeros, donde muy pronto se lograron frutos maduros y ejemplares. Sin embargo, Ia recuperación histórica de nuestra filosofía fue más lenta, sombría y problemática. Laverde, Martín Mateos, Cuevas, Vidart, Canalejas, Menéndez Pelayo..., figuran como hitos importantes y beneméritos en Ia larga y difícil carrera fundacional de nuestra historiografía filosófica contemporánea. Sin embargo, ni por Ia forma ni por el contenido logró producir este grupo obras modélicas, semejantes a las que dio a luz Martínez Marina en el campo del Derecho, o Amador de los Ríos en el de Ia Literatura. El fenómeno cultural y publicitario conocido con el nombre de «polémica de Ia ciencia española», que atraviesa prácticamente todo el siglo XIX, malogró esfuerzos y esperanzas, polarizando a unos hacia Ia apalogía facilona e injustamente selectiva de Io nacional, y a otros hacia el extranjerismo simplista y papanatas. Y fueron sobre todo los filósofos y críticos de profesión quienes cayeron en Ia «trampa» con una facilidad que asombra hoy, gastando demasiada energía en una lucha estéril y —casi diría— sin sentido. Sin duda alguna, Ia forma más explícita y segura de demostrar el patriotismo habría sido, como alguien dijo, el haber escrito uno de los infinitos libros que nos faltaban.
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