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La historia es una fuente importante a la hora de valorar el fenómeno social en sus
justas y distintas dimensiones. Los problemas que acontecen en la actualidad, en cuanto
a una generación joven en América Central, son el resultado de un cúmulo de experiencias
que han ido configurando un modo histórico de ser, sentir y hacer. En El Salvador, los
condicionamientos de esta configuración humana, tal cual se ha venido diseñando, no es
mera casualidad. Los estudios de los hechos históricos son de mucho valor arquetípico y
sociológico, faltando quizás visiones integradoras o sintéticas, que ayuden a la hora de
plantearse el futuro. Los estudios y propuestas con los que se cuenta, tanto de índole
conservador, liberal y hasta revolucionario, no desdeñan las corrientes ideológicas que
les han determinado. Las consecuencias de un presente incierto y convulsionado, para las
grandes mayorías campesinas y populares, en sus raíces indígenas precolombinas, ha
estigmatizado un híbrido cultural, que ha venido falseando la identidad de las personas
que han vivido estos procesos como protagonistas, en cada uno de estos momentos
históricos, aunque solo fuera como agentes pasivos e incluso víctimas de las catastróficas
delineaciones de los que han detentado el poder. Sin embargo, los compromisos históricos
de agentes intelectuales, sociales y religiosos, no han permitido que, en medio de la
barbarie, persista la utopía y la esperanza, que alcanza niveles trascendentes de mucho
valor para una construcción y organización política, social y religiosa de gran valía.
Haciendo una recopilación de estos aportes sociológicos e históricos en El Salvador, se
logra un nivel de comprensión critica, en una apertura honesta a la realidad, alcanzando
su necesaria y consecuente distensión y liberación
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