|
LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
Permitidme que después de vuestras deliberaciones teológico-jurídicas sobre las Conferencias Episcopales —y yo quiero agradeceros muy sinceramente, ya desde el principio, Ia celebración de este Simposio que para nosotros— los Obispos —y, sin duda, para todos, puede ser muy interesante: habéis prestado con él un nuevo servicio a Ia Iglesia de España: no solo a Ia Jerarquía sino a todo el Pueblo de Dios—, permitidme, digo, que os hable yo en un tono más senciUo y práctico sobre Ia realidad de Ia Conferencia Episcopal y, concretamente, sobre su actuación en España. Fue Ia vida antes que Ia ley —como suele acontecer en todas las comunidades, también en Ia Iglesia— Ia que provocó y hasta hizo necesarias esas reuniones de Obispos para reflexionar en común sobre problemas supradiocesanos. La vida les convenció de que no eran suficientes las actividades diocesanas para responder a las cuestiones y preguntas de carácter nacional —y no pocas veces internacional— que Ia sociedad moderna, cada día más unificada, presentaba a Ia Iglesia. Si en el Siglo XIX, Ia época de los nacionalismos exacerbados, podía ser un peligro cualquier movimiento u orientación religiosa de carácter nacional que fácilmente se podía convertir en «nacionalista» con peligro para Ia unidad de Ia Iglesia, cuando las naciones se hacen más interdepedientes y los pueblos y ciudades aisladas han de abrirse casi necesariamente a Ia corriente general que se hace poderosa con Ia industrialización masiva, se hacía indispensable que a Ia mentalidad común y a las costumbres uniformes que se iban fomentando en todas partes respondiese Ia Iglesia con un magisterio también uniforme y con una actuación pastoral concorde capaz de dar respuesta adecuada a esa nueva situación social.
|