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PRESENTACIÓN
Las Conferencias Episcopales, nacidas al Derecho Público de Ia Iglesia con el Concilio Vaticano II, han cumplido diez años de existencia. Pocos años todavia para valorar adecuadamente su aportación específica a Ia vida de Ia Iglesia en cada territorio. Suficientes, sin embargo, para epreciar y aplaudir el acierto de aquella decisión conciliar. Los múltiples peligros que nuestros domésticos *profetas de desventuras» anunciaron, derivados de Ia nueva institución, no han pasado de pura exageración retórica. Porque las Conferencias, lejos de debilitar Ia conciencia de unidad en Ia Iglesia, Ia han fortalecido en un momento en que el cambio de tipo de sociedad desconcertaba a tantos y les imponía una búsqueda afanosa sobre el sentido de su vida de creyentes; más aún, cuando en sea búsqueda renovadora surgieron dificultades y aún «tensiones», Ia Conferencia apareció como eficaz instrumento de calma y moderación. Tampoco sería justo afirmar que hayan anulado Ia autoridad y libertad de cada obispo en su diócesis. Más bien se debe decir que Ie han dado un poderoso respaldo-, por Io que cada asamblea significa de mutuo intercambio y enriquecimiento, de superación de toda dispersión y provincianismo y de convergencia en los objetivos fundamentales y en los criterios de actuación, de presencia en Ia vida nacional iluminando y estimulando desde Ia fe Ia actuación de todos los creyentes al ritmo mismo de Ia aparición de los problemas y con orientaciones uniformes. Indiscutiblemente, un balance sereno y objetivo de este primer decenio ofrece un saldo muy favorable a Ia nueva institución. Sin que esto equivalga a pensar que todo en ella está acabado y perfecto. No Io estará nunca. Y cada día tendrá que buscar Ia corrección de sus propias imperfecciones y el recubrimiento de sus lagunas. Esta
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