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FI LOS OFIA
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Ia documentación manejada y Ia utilidad del mismo inventario, para localizar los despachos correspondientes. La nómina de personajes o asuntos más particulares es interminable y llena las 70 páginas de índices de apretada letra. Por tales conceptos el inventario que tenemos en las manos, que esperamos será prontamente completado por las décadas siguientes, prestará un servicio inapreciable a los estudiosos de Ia segunda mitad del siglo xix. J. Ignacio Tellechea Idígoras
5) Filosofía
F. Copleston, Historia de ía Filosofía, tr. bajo Ia dir. de M. Sacristán Barcelona, Ariel). 1. Grecia y Roma, tr. por J. M. García Borrón (1971) 582 pp. 2. De S. Agustín a Escoto, tr. por J. C. García Borrón (1971) 582 pp. 3. De Ochham a Suárez, tr. por J. C. García Borrón (1971) 450 pp. 4. De Descartes a Leibniz, tr. por J. C. García Borrón (1971) 346 pp. 5. De Hobbes a Hume, tr. por A. Doménech (1973) 410 pp. 6. De Wolff a Kant, tr. por M. Sacristán (1974) 464 pp. Sólo Ia inmensa mole de estos seis volúmenes, con más de 2.500 páginas, impone respeto hacia el autor. No se puede decir que sean escasas ni irrelevantes las historias de las filosofías de que dispone el lector español. Es cierto, sin embargo, que casi todas proceden de países latinos o germánicos, mientras que Ia producción inglesa en este campo es más bien escasa. Esta situación queda notablemente alterada con esta traducción del tratado del jesuita inglés F .Copleston, cuyos seis primeros volúmenes presentamos. Copleston presenta brevemente su obra dentro del mundo filosófico inglés y desde ahí pretende justificarlo. En nuestro contexto filosófico Ia situación no es Ia misma, pero un trabajo de este calibre se justifica por razones más profundas que las puramente circunstanciales. Nadie Ie negará al autor Ia necesidad perentoria de Ia historia de Ia filosofía para cualquier formación filosófica, por discreta que se quiera; desde Hegel, este tema no merece ni ser discutido. La historia de Ia filosofía, sigue diciendo el autor, no es una mera enumeración anárquica de opiniones aisladas con valor puramente erudito; «hay, más bien, en eUa continuidad y conexiones, acción y reacción, tesis y antítesis, y ninguna filosofía se puede entender del todo si no se Ia ve en su contexto histórico y a Ia luz de sus relaciones con los demás sistemas» (I 18). Tampoco se embarca Copleston en una visión de Ia historia de Ia filosofía como un progreso lineal continuo, sino que su misión es dar «cuenta de los esfuerzos del hombre por hallar Ia Verdad mediante Ia razón discursiva» (I 19). Para una adecuada comprensión histórica el autor juzga necesario.- 1) ver las conexiones históricas de Ia filosofía estudiada; 2) sentir una cierta sintonización psicológica con el autor estudiado; 3) repensar por cuenta propia cada filósofo (I 21-23). De estos principios sencillos y lúcidos nos parece que el más problemático en el modo de entenderlo el autor es el primero; esas «conexiones» pregonadas no descienden casi nunca al nivel de Ia historia real de cada momento histórico y no hace falta ser marxista para comprender que es completamente necesario entender a cada autor, no sólo con referencia a los que
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