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M I S C E L A N E A
Un error de D. Marcelino
En un hombre, cuyo conocimiento de las letras clásicas era tan profundo y cuyo gusto y acierto como traductor son bien patentes, es claro que hablar de errores sólo a título de curiosidad puede hacerse. Vaya, pues, Ia salvedad por delante, porque no quiero, en modo alguno, que se interpreten estas líneas mías como censura, por ligera que fuese, de Ia obra de traductor de un hombre, a quien todos los que gustamos de Ia belleza de las letras clásicas debemos especial tributo de*agradecido respeto. Pero es el caso —aliquando bonus_— que preparando en una ocasión el capítulo 19, del libro I de las Tusculanas, de Cicerón, al hablar de Ia ascensión del alma a una región celeste, en Ia que reconoce una naturaleza semejante a Ia suya, añade: «quam regionem cum superávit animus naturamque sui similem contigit et agnovit, junctis ex anima tenui et ex ardore solis temperato, ignibus insistit tifinem altius se efferendifacit». Cito el texto latino según una edición de principios del siglo xix, pero me parece que el pasaje no tiene dificultad. En Ia Biblioteca Clásica, tomo 73 de Ia numeración general y V de las obras de Cicerón/ pág, 20, dice así Ia traducción debida a don Marcelino Menéndez y Pelayo, según reza Ia primera página del tomo a que nie refiero; «..,júntase con un espíritu tenue y templado por el ardor del sol, domina el fuego y cumple su fin, elevándose todavía más...» Me parece que Ia traducción del texto es bastante clara: «cuando el alma ha superado esta región -Ia de las nubes, lluvias y vientos™» y ha alcanzado un ser de naturaleza semejante a Ia suya, reposa sobre unos fuegos —unas naturalezas ígneas— formados de un espí-
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