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SUAREZ Y NOSOTROS
Una hermosa tarde de Semana Santa, el miércoles catorce de abril de mil novecientos cincuenta y cuatro (extraña coincidencia del aniversario vigésimocuarto de Ia Segunda República española...), me recogí frente a Ia casa natal de Suárez, en Granada, delante de Ia Capitanía General, en el número diecisiete de Ia calle de Pavaneras, a los pies del cerro de Ia Alhambra, exactamente al lado de Ia pintoresca y mudéjar Cosa de los Tiros. Contemplando aquella morada, edificada por el abuelo del ilustre maestro, héroe de Ia Reconquista de mil cuatrocientos noventa y dos, contra los Árabes, y constructor de una Granada nueva, venida otra vez al cristianismo, yo soñé en una muy aguda observación hecha por José María Alejandro, comparando al gran pensador granadino con su sitio natalicio y diciendo: «fin de un pasado y comienzo de una nueva historia, fin de reconquista y comienzo de reconstruc ciones, transparencia y claridad en Ia profundidad fascinante de un cielo incomparable, el primer cielo que vio el filósofo español» ÍActas del IV Centenario del nacimiento de Francisco Suárez: 1548-1948, Madrid, Dirección General de Propaganda, 1948, tomo I1 p. 232). Efectivamente, así como Ia casa natal de Goethe en Francfort, Ia de Hugo en Besançon, Ia de Beethoven en Bonn, o Ia de Jaurès en Castres, tal vez Ia sugestiva estancia de Suárez en Granada Ia BeUa nos ofrece Ia llave de su genio y figura... El caso es que Suárez cierra un grandioso crepúsculo —el de Ia nítida y larga Escolástica—, pero anuncia al mismo tiempo un resplandeciente amanecer —el de Ia Modernidad, en su pasmosa etapa del Barroco, después de las fulguraciones del humanismo y de las crisis de Ia Reforma. Muchos comentadores Io han reparado: Suárez se encuentra en Ia encrucijada del siglo dieciséis, donde todo fue puesto en cuestión, y del siglo diecisiete, donde síntesis regeneradoras y sistemas ambiciosos fueron ensayados, a Ia luz de los grandes descubrimientos científicos, antropológicos, filosóficos o religiosos. En su muy reciente Historia critica del pensamiento español (Espasa Calpe, Madrid 1979), cuyos tomos primero y segundo acaban de aparecer en este otoño, el profesor madrileño José Luis AbeUán, escribe muy agudamente: «No es extraño, dado el privilegiado período histórico que Ie tocó vivir, que Suárez nos parezca como Ia cumbre de todo el pasado renacentista español y al mismo tiempo como el pensador que abre Ia puerta a nuevos planteamientos y concepciones» (Tercera parte, capítulo sexto, p. 606). De esta manera, el gran filósofo jesuita me parece, no un ecléctico superior o un sincrético prodigioso como un potente genio de Ia síntesis; dentro de su reflexión, cuyos
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