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SER, VIDA Y MUERTE
Vivimos en un mundo de muerte. Esta afirmación, que no deja de ser algo exagerada, tiene también mucho de verdad. Sucede que Ia convivencia continuada con algo nos hace desarrollar un grueso caparazón cuyo fin es destinar al oMdo, o al «todavía siguen igual», ciertos aconteceres. Así ocurre con Ia muerte. En este sentido, si Heidegger habló de un «olvido del ser», Ia modernidad «olvida Ia muerte» a fuer de tenerla ante los ojos continuamente. Y es que cuando no es obra de un psicópata «des-almado», son las imágenes de alguna de las guerras que infectan nuestro mundo o, en el inmenso cortejo de calamidades humanas, Ia muerte por pura y simple hambre. Nuestra conciencia se ocupa del asunto con un «¡Qué pena!» y aparece Ia concha de Ia insensibilidad que alcanza hasta Ia ignorancia de nuestra muerte: «de eso no se habla», hemos oído alguna vez. Pero no debería olvidarse que vivimos con Ia muerte, en Ia muerte si se me apura: «la caducidad... y Ia decadencia y Ia muerte deben entrar en Ia afirmación de Io vivo» l . Es evidente que no nos centraremos en los detalles antropológicos de Ia cuestión, sino en los metafísicos. Una metafísica de Ia muerte. Para pensar un poco sobre ella nos ha parecido necesario, previamente, situarla. La muerte z acontece en Ia vida, en el ser. Creemos que delimitando claramente éstos, algo se iluminará este oscuro tema.
1 H. Heimsoeth, «Los seis grandes temas de Ia metafísica occidental», Revista de Occidente, Madrid 1974, p. 158. 2 Refiriéndonos esencialmente a Ia muerte del hombre, que parece que es el único que, en sentido estricto, muere. Ferrater Mora —El ser y Ia muerte, Introducción, Planeta, Barcelona 1986-— distingue tres realidades (inorgánica, orgánica, humana), a cada una de las cuales Ie corresponde una forma de acabar (cesar, dejar de vivir, morir) que se complica con Ia realidad a Ia que corresponde: el dejar de vivir comprende al cesar y el morir a los dos. Así, Ia muerte es más propia del hombre que de cuakjuier otra realidad: cf. o. c., p. 134.
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