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214 Documento
Laudatio al doctor honoris causa por la Universidad Pontificia de Salamanca Federico Lombardi
Preámbulo
Inicio el contenido de esta laudatio con dos pequeñas observaciones para todos los que en estos momentos me escuchan. En primer lugar, deben ustedes saber que mi corazón alberga dos sentimientos, no contradictorios, pero sí difícilmente compatibles, que se mueven al ritmo de la diástole y la sístole. Por un lado, tengo una deuda de gratitud con todas las autoridades de la Universidad Pontificia y compañeros de Facultad por haberme encargado esta misión, que ha sido más grata de lo que imaginaba inicialmente según he ido descubriendo a la persona de la que hoy debo hablar, el padre Lombardi. Ésta es la diástole. Pero inmediatamente tengo un movimiento de sístole al considerar que no soy la persona más capacitada para este trabajo. Estos movimientos coronarios han permitido impulsar las letras por las líneas de mi escrito, superando los problemas y obstrucciones más por la ayuda de muchas personas que por mi capacidad. En segundo lugar, quiero agradecer al padre Lombardi el haberme permitido conocerle. Según he hablado con él y con otras personas, según he leído sobre él y según he ido preparando este discurso mi admiración por él ha crecido. La constatación de que estamos ante una gran persona ha ido creciendo en estos meses. Conocer a un hombre con la personalidad y el carácter de nuestro nuevo doctor honoris causa ha sido un gran privilegio que espero que nos ayude a todos a mejorar como personas, como lo ha hecho conmigo. El único problema es que el instrumento que ustedes tienen delante quizá no haya sido el mejor.
Tramitación de la solicitud de concesión del grado
Como ustedes saben, la Facultad de Comunicación ha cumplido 20 años en este curso, una cifra pequeña tanto si se compara con la Institución madre, nuestra querida Universidad Pontificia de Salamanca, y poquísimos si se compara con la Institución que actualmente dirige el padre Lombardi, sobre todo la Radio Vaticana, que nació el 12 de febrero de 1931, por encargo del Papa Pío XI a uno de los ingenieros italianos más famosos después de Leonardo Da Vinci, Guillermo Marconi, premio nóbel en 1909, quien se puso a trabajar con el jesuita José Gianfranceschi, físico y presidente de la
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