|
64
DIEGO GKACIA
interno y activo de esa naturaleza espiritual. Las procesiones trinitarias van a interpretarse según el modelo de Ia facultades o potencias del psiquismo humano, de modo que el Hijo procede del Padre por vía de inteligencia y el Espíritu Santo por vía de volutad, como amor subsistente del Padre y el Hijo. Esta vida trinitaria se manifiesta hacia afuera en Ia creación. Para los padres latinos las cosas creadas o criaturas son obra de Ia deidad o naturaleza de Dios, por Io que siempre conciben su relación con Ia trinidad como mera apropiación extrínseca. En el hombre, por otra parte, el pecado toma el sentido de mácula o defecto de Ia voluntad, y Ia gracia se concibe como realidad creada de función primariamente moral, Ia redención de Ia volutad de Ia servidumbre del pecado. La caritas permite a los hombres salir del mundo de las tinieblas, de Ia región de Ia dissimilitudo, del poder del pecado, abriéndoles a Ia luz de Ia amistad con Dios. El amor hace hijos de Dios porque libera del pecado. La caritas es Ia virtud teologal de Ia voluntad, Io mismo que Ia fe Io es de Ia inteligencia. Pero como Ia voluntad es Ia sede de Ia moralidad, caritas es formalmente sinónimo de moralidad, de virtud moral. Aún hoy es perceptible en las lenguas romances, derivadas del latín, este matiz del término «caridad» como sinónimo de «virtud moral» y aún de «obra de misericordia». Las raíces de este fenómeno se encuentran ya en Ia patrística, especialmente en Ia latina, muy proclive siempre a interpretar el hecho básico de Ia vida cristiana, Ia agápe, como acto de voluntad, y por tanto en una dirección preponderantemente psicológica y moral. Cabía otra posibilidad, que usufructuaron de preferencia ciertos padres griegos, más próximos a Ia tradición intelectual platónica y neoplatónica. El amor puede interpretarse no como el objeto de una facultad, sino como el constitutivo formal y último de Ia realidad. Platón hizo del bien Ia Idea suprema, el transcendental por antonomasia. Frente a una teología psicológica y moral del amor surge así otra de carácter formalmente ontológico. El amor es una realidad metafísica, Ia realidad por antonomasia. Por eso Dios es amor, y las procesiones trinitarias son las expresiones personales de ese amor que es formalmente difusivo y ex-tático. Esa difusión se comunica también ad extra, de modo que Ia creación en general y el hombre en particular son, plasmaciones finitas del infinito amor divino. La creación no es obra de Ia naturaleza de Dios —en el sentido de los latinos— sino de su vida pereonal, de su amor. La creación, que culmina en el hombre, está toda de a^una manera «divinizada». La gracia, por tanto, no tiene una dimensión primariamente ética sino ontológica, hace al hombre «consubstancial» con Dios, Io «deifica», haciéndole partícipe en Ia vida divina, es decir, de su amor. El tema de Ia inhabitación del Espíritu Santo cobre así una envergadura especial, que orienta a buena parte de Ia patrística griega hacia Ia teología mística, de modo parecido a como Ia latina cultiva de preferencia temas de teología moral. Y así como el peligro de ésta fue el «moralismo» (Ia conversión de Ia agápe en caritas, en el sentido moral de este término), el de aquélla fue el «gnosticismo» (Ia identificación de Ia agápe con el éros platónico y neoplatónico).
|