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¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en los otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad. ¿Quién será aquel tan desventurado que, siendo de Dios tan preciado y honrado, dé consigo en el lodo y hediondo cieno de los pecados? ¡Oh padres míos! Bienaventurados somos si sabemos cognocer y nos queremos aprovechar del gran precio y estima con que somos honrados de Dios. Y ¡ay!, ¡ay!, !ay de nosotros si, siendo tan preciados en Él, no nos preciamos a nos ni lo preciamos a Él!1
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