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LA CREATIVIDAD EN LA LITURGIA
I.—INTRODUCCION El término creatividad es un neologismo de vieja raigambre. Lanzado a Ia calle con fortuna va resistiendo, al parecer, los embates del tiempo. Tiene las características de ser suficientemente ambiguo para ser aplicable a múltiples facetas del quehacer humano y tener mordiente para espolear ese quehacer, hiventado en el campo de Ia psicología en Ia década de los 50, ha estrapolado su origen y se ha implantado en todos los ámbitos teóricos y prácticos. Hoy por hoy —salvo que uno haya visto nacer y caer muchos ídolos— es un término idolatrado, contra el que no se puede atentar impunemente. Y, sin embargo, como otros muchos términos de circulación, es más «objeto de creencia» que de demostración l. Pero el término es sugeridor y ahí está su fuerza. En efecto, tras de él se alberga una vieja raigambre que connota tanto el «crear» bíblico como el poiein heleno. Se engloban así en este término tareas tan fundamentales del hombre como el conocer, el actuar y el producir. El problema de Io útil (Ia técnica) y Io gratuito (el arte) también tiene que ver con este neologismo. Igualmente las consideraciones que puedan hacerse sobre el homo faber, ludens, sapiens2. En el campo litúrgico, de que aquí se trata, el término creatividad y sus connotaciones van ganando terreno ya desde antes del Vaticano II, hasta tomar carta de naturaleza en torno al año 1972. Las bases de reforma puestas por el Concilio y Ia edición de los correspondientes libros oficiales dieron pie a un resurgimiento de atisbos (sobre
1 Cf. D. Hameline, "La créativité fortune d'un concept ou concept de fortune?', en La Maison-Dieu 111 (1972) 84-109. 2 Para todo esto y su evolución en Ia cultura occidental, cf., A. Rodríguez Resina, 'Breve consideración sobre Ia creatividad humana', en Phase 103 (1978) 61-68.
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