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EL TIEMPO VIVIDO EN SAN JUAN DE LA CRUZ
lKTRODUCCION
La obra de San Juan de Ia Cruz se presenta como Ia expresión de una experiencia limite del ser, donde el polo finito y el polo eterno entran en maravillosa intimidad de comunicación. En este contacto el polo más débil, es decir, el ser finito, sufre violencia y sutilísima purificación para ser finalmente transfigurado y culminado en su ser. Las dimensiones naturales de Ia existencia abren paso a modos nuevos de ser y, como el ser finito define sobre todo su finitud por las referencias temporales y espaciales, en este trance el tiempo y espacio vividos serán profundamente alterados. En este sentido nos ha sorprendido particularmente Ia consideración del tiempo por parte del autor místico, Ia consideración implícita naturalmente, pues en su intención y en su contexto no cabe Ia tematización explícita de Ia temporalidad '. Sin embargo en Ia demarcación que hace de Ia andadura espiritual se transluce una gran sensibilidad para el tiempo personal, el tiempo vivido, como tiempo de maduración... Esta sensibilidad no podría ser ajena a un proceso de evolución que incide en el fondo de Ia conciencia, no en vano se ha llegado a considerar Ia experiencia mística como usa intensificación de conciencia2. Si dedicamos nuestra atención al problema del tiempo, con frecuencia despreciado al estudiar Ia vida mística, es porque creemos que el tiempo, como duración real de un proceso en evolución, tiene su relevancia para el místico y, sobre todo, que Ia relación del místico y el tiempo es ciertamente reveladora3. Puesto que estos temas del tiempo, el devenir, Ia duración, Ia conciencia, etc., han llegado a ser tan relevantes para Ia filosofía contemporánea4, e incluso han transcendido de algún modo hasta el hombre de Ia calle, hemos estimado de gran interés esclarecer Ia aportación original al respecto que supone Ia mística. Así pues, damos a Ia luz
1 La tematización del tiempo es propia del pensamiento moderno secularizado, mientras que elp ensamiento de San Juan de Ia Cruz es todavia teocéntrico, si bien se aprecia en él una particular sensibilidad para Ia finitud e incluso, nos atreveríamos a sugerir, para Ia «mundaneidad», que es deudora ya del Renacimiento. 2 Así Io ha visto M. H. de Longchamp, en Lectures de Saint Jean de to Croix. Essai d'anthropologie mystique (Beauchesne, Paris 1981). 3 Cf. J. Mouroux, Le mystère du temps. Approche théotogique (Paris 1962) p. 247. 4 Pensar en Ia «duración» de Bergson, el -flu)o de Ia conciencia» de Husserl o los «ex-tasis» de Ia temporalidad en Heidegger, por recordar algunas claves.
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