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El hombre, según Cicerón
Acontece con frecuencia que cosas que se dicen en alabanza o vituperio de ciertos personajes, se aceptan por creerlas tan evidentes que no necesitan demostración alguna, mas cuando se reflexiona sobre las mismas, al instante se cambia de opinión al comprobar que no hay una adecuación perfecta entre Io que se dice y Ia realidad. TaI es el caso, en nuestra opinión, que sucede con Marco Tulio Cicerón, pues, después de caer en Ia trampa preparada por sus detractores, Mommsen, W. Drumann, Carcopino, R. Mariani, etc., contra su persona y su obra, al investigar sobre las mismas sin prejuicios de partido, como Ie pasa, por ejemplo a Mommsen, no queda otro remedio que el de no aceptar sus opiniones y admitir con Ettore Bignone que «no hay otro político y artista en quien el hombre privado, el hombre íntimo explique mejor al hombre político y artista en su grandeza y debilidades»l. Espíritu vivo y delicado, Cicerón se mostró durante toda su vida inflamado por Ia pasión de hablar bien y obrar bien, que consiguió, conforme se Io había propuesto. Humanísimo en Ia administración de las provincias, en una época de feroces depredaciones sobre los provincianos; humano en Ia política, en un mundo sanguinario y, moderado, en unos tiempos de odios y venganzas, en donde Ia paz, Ia libertad y Ia justicia eran palabras vacías de sentido. No cabe duda que, en su gobierno de Cilicia, escribe una de las páginas más bellas de su vida y realiza Io que no habían hecho, hasta entonces, los que Ie habían precedido en el gobierno de las provincias en el imperio romano. Durante su mandato, pone en práctica todas las normas
1 Ettores Bignone, Historia de Ia literatura latina (Buenos Aires 1952) p. 169.
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