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LOS LIBROS DEL SACRISTÁN
Vicente Bécares Botas vibe@usal.es
Del sacristán dice el Diccionario Académico, y con él el resto de los diccionarios, “dignidad eclesiástica a cuyo cargo estaba la custodia y guarda de los vasos, libros y vestiduras sagradas”. Sí, pero ¿qué libros eran esos? Siendo la suya dignidad eclesiástica a extinguir, si no extinta del todo, vamos a intentar traerlo por unos momentos a la vida, recuperando la parte referida a los libros en los inventarios de las visitas canónicas a algunas iglesias salmantinas del siglo XVI, libros con los que el Prof. Fernández Vallina ha debido de encontrarse, siquiera de nombre, en sus pesquisas investigadoras.
Era el sacristán personaje popular del Antiguo Régimen, incluso familiar, dado su trato continuo y cotidiano con la más diversa variedad de gentes; de oficio y ganancias, si fáciles (“los dineros del sacristán, cantando se vienen y cantando se van”), demasiado escasas para vivir dignamente, aunque fueran acrecidas con algún que otro gaje picaresco: “Sacristán que vendes cera / Y no tienes colmenar, / O la sacas de la oreja / O rapaverunt del altar”.
Entre las funciones tradicionales del sacristán estaba también la de organista, y así ha sido hasta que órganos y sacristanes dejaron, en el siglo pasado, de mantenerse en uso. Las iglesias de mayor renta pagaban un organista de oficio (y así lo recogen los “Libros de
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