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Artículo: Papeles Salmantinos de Educación. 2002, n.º 1. Páginas 17-28. Teología de la Educación vadores), tras la desaparición del teocentrismo medieval, al que siguieran “el antropocentrismo de la Edad Moderna, que se manifestó en el humanismo del Renacimiento, del cual han dimanado el individualismo religioso y el político, el deísmo, el naturalismo, el racionalismo, el siglo de las luces, y por fin el materialismo decimonónico con sus ramificaciones conocidas con los nombres de capitalismo marxismo o comunismo”. En semejante cuadro Vilá argumenta con autoridades de la pedagogía como V. García Hoz y L. Van Liempt, quien señala “con dolor que en la Universidades Católicas la colocación actual de la Pedagogía en las Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras es un engaño de raíces profundas y consecuencias deletéreas”, por lo que postula una sección pedagógica en la Facultad de Teología. Quiere verificarlo Vilá en el Pontificio Ateneo Salesiano (primero de Turín y ya en Roma), pero allí se encuentra con un Instituto de Teología de la Educación y Catequética que “no han logrado aún deslindar del todo” entre sí. Tampoco De Hovre ha acertado a “definirse del todo en el aspecto teológico”, aunque su afán por la base filosófica de la Educación dice llevarle inexorablemente hacia la doctrina católica. Tampoco lo han logrado quienes en Alemania y Francia han sintetizado más una Pedagogía católica que no una Teología de la Educación. La Filosofía sola llama a las puertas de la Teología para determinar el fin último de la educación, la naturaleza del educando, el modelo a realizar y hasta la misma entidad educativa (y cita nuestro autor a A. González Álvarez y A. Pacios López, en sendas Filosofía y Ontología de la Educación (Madrid 1956 y 1954) y, desde la pedagogía, a G. Corallo, ya en plena discusión sobre la naturaleza de la Filosofía cristiana, en auge entre los tomistas de los años treinta). Se ve a un Vilá que, preocupado por la autonomía de la razón pedagógica e interesado por la creación de facultades universitarias de Educación, advierte del peligro: “Por desgracia, los manuales corrientes de Filosofía de la Educación católicos pecan contra la naturaleza de la Filosofía y cometen la arbitrariedad de introducir verdades reveladas no recuperables por la sola razón”; y en su favor cita esa misma denuncia en E.A. Fitzpatrick, quien asegura que el propio Sto. Tomás, mucho más riguroso en el respeto a la sola razón, no lo haría así. Mejor, entonces, concluye Vilá, abrir la puerta a la Teología de la Educación, en vez de adulterar la Filosofía. “La pedagogía de hoy está saturada de naturalismo y americanismo, de materialismo y superficialidad” y, hasta en lo filosófico, se descuida la Teodicea o simple Teología natural con que poder dialogar con los filósofos de la educación fuera del campo católico. Ya Pío XI en 1929 en la Divini illius Magistri, se quejaba de estos olvidos, anota Vilá. Los reformadores, en cambio, observa con tino, no lo hicieron [ni pudieron hacerlo así, dada 19

 
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