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Prudencio, poeta de la Hispanidad
Designamos a Aurelio Prudencio con este título porque —el primero entre todos nuestros yates— celebró en melodías sublimes las características de la raza ibérica y legó así un deposito sagrado de valores sempiternos a todos los pueblos hispánicos. Nos limitaremos a considerar en este ensayo algunos de los múltiples aspectos que pueden justificar el epígrafe de estas líneas. Comencemos por el culto y amor a la sacratísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo, es decir, a Jesucristo en cuanto hombre pero sin excluir su divinidad, una de las notas distintivas de España, como es sabido, y de Prudencio. Este amor se manifiesta en la devoción a los principales momentos de la vida de Cristo, tales como el Nacimiento, la Epifanía, la Pasión, la Eucaristía y el Corazón de Jesús. I.—NAVIDAD Es un hecho vulgar, si se quiere, pero que responde a una actitud mental colectiva, que sólo en España se usa como nombre de persona Encarnación, expresión técnica de aquel misterio, según el cual el Verbo divino tomó carne (encarnación), se hizo hombre en el seno purísimo de la Virgen María. Respecto al nacimiento temporal de Cristo, Prudencio compuso en el himno XI del Cathemerinon el villancico más antiguo del Niño Jesús de toda la Iglesia latina. La favorita idea de la luz atraviesa las primeras estrofas del himno. En el solsticio de invierno abandona el sol su movimiento descendente y comienza a alargarse el día. El poeta emplea el suceso astronómico para establecer en el sol ascendente un símbolo del nacimiento del verdadero Sol de justicia. Pero su grande amor no puede permanecer en silencio y hace resonar un saludo al divino Infante, delicado y al mismo tiempo instructivo: ¡Oh tú dulce Niño, nacido de una Madre que no sólo es
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Cath. 11, 13 ss. Cf. Apoth. 437, 566 ss.; Psych. 74, 764.
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