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Diálogo Ecuménico t. XLIV, n. 138 (2009) 41-46
informes
HOMILÍA DEL P. BORIS BOBRINSKOY EN EL FUNERAL DE OLIVIER CLÉMENT EL 20 DE ENERO DEL 2009
Es una apasionante pero dura tarea tener que acompañar a Olivier Clément con la palabra en estos días en los que mi amigo de toda la vida celebra –y todos nosotros con él– su Pascua última y definitiva. La Pascua es siempre un paso de la muerte a la vida. En la celebración de los funerales cristianos, el último de los grandes sacramentos de la vida cristiana, se debería, como en Pascua, anunciar que Cristo ha resucitado y de este modo subrayar el carácter luminoso y la esperanza que se desprende de él. Tuve el privilegio de llevar la santa comunión a Olivier poco después de la fiesta de la Natividad del Salvador. Le sentía, a la vez, muy presente, apacible, confiado pero también, por otra parte, atento a lo esencial. Hay que decir que los últimos años de su enfermedad, en los que Olivier estaba postrado en cama y Monique le velaba y acompañaba sin descanso, fue un tiempo de dura prueba para él y para todos los suyos, pero, me atrevo a decir que, fue también un tiempo excepcional de gracia, una auténtica marcha a través del desierto interior del corazón que significó para él una comunión profunda con el Señor. Evocando este período de prueba, uno de sus amigos escribió que “su historia personal hizo de él un eremita en la ciudad, esta ciudad vista desde lo alto y presente en su corazón. Después de una larga historia 41
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