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Salmanticensis 50 (2003) 225-255
DIOS Y LA FELICIDAD EN EL EUDEMONISMO ACTUAL
Hay cosas que no cambian en el corazón de las personas, aunque pasen siglos. Queremos ser felices. De hecho, es sencillo reconocer en nuestras propias vidas ese deseo íntimo capaz de hacernos vibrar, tan difícil de explicar como de saciar; ese deseo que nos mueve y que, si por nosotros fuera, haría eternos muchos momentos de nuestra vida, porque toda pequeña felicidad tiende a infinitarse, a poder ser un día vivida con mayúsculas. Incluso cuando nos toca enfrentarnos con el misterio del dolor, algo en Io más íntimo nos susurra que estamos llamados a Ia vida, y ésta, para siempre. Los clásicos creían contemplar algo divino en el origen de este deseo, y quizá no andaban tan lejos de Ia verdad, si bien reconozco que, a veces, resulta arduo descubrir ahí el rastro y el rostro de Dios. De hecho, para muchos, Dios tiene fama de ser poco amigo de Ia vida, celoso de las alegrías humanas, demasiado complacido en el luto y en el sufrimiento. De ahí que no me sorprenda que, cuando planteo a los jóvenes una lluvia de ideas sobre Ia palabra «felicidad», entre las diversas ideas que aparecen, amor, alegría, amistad, llame Ia atención una ausencia: Dios. Podría ser simplemente una mera casualidad, un dato anecdótico sin más; pero no. Si observamos atentamente el discurso actual sobre Ia felicidad, Ia pregunta sobre Ia vida feliz del hombre, tanto para los jóvenes como para los adultos, parece responderse «como si Dios no existiese». Dios, en realidad, está ausente de Ia discusión sobre Ia felicidad, a no ser que sea especialmente «invitado». Más aún, en muchas ocasiones de Ia indiferencia se pasa a Ia militancia activa contra un Dios, normalmente el Dios cristiano, que parece pretender ahogar el gozo de vivir, que constituye, para un buen número de personas, una amenaza o un estorbo para Ia vida feliz del hombre.
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