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Prolusión Señoras, señores: Es para mí un honor inmerecido el dirigirles a ustedes Ia palabra en el acto inaugural de este / Simposio de Latín Cristiano, pero cuando D. Manuel Fernández Galiano tuvo a bien darme Ia noticia de su celebración e invitarme a acompañarle en este acto, fue tan grande Ia alegría que no supe ni pude negarme. Yo no soy latinista, y he sido formado en las lenguas de los pueblos cristianos en las fronteras orientales del imperio romano. Son lenguas más bárbaras, aunque los cristianos del norte de Mesopotamia podían alardear —como Io hacían— de que su lengua era Ia que Adán había usado para hablar con Dios en el paraíso, que, si bien no era de este mundo, no podía estar muy lejos de su tierra, pues del río que salía de él se formaban, según dice Ia Escritura, el Tigris y el Eufrates; y era Ia que los hombres habían usado para comunicarse hasta el episodio de Ia torre de Babel, y Ia que siguieron hablando luego los patriarcas, establecidos en Harrarn, y Ia que había usado Nuestro Señor. Pero, aunque mi formación haya ido por otros derroteros, como obispo y como español no puedo menos de alegrarme extraordinariamente de Ia celebración de este simposio, de Ia nutrida participación que se ha anunciado, y del interés que ha despertado. Quiero contar aquí una anécdota que oí narrar una vez acerca de Patrick W. Skehan, tal vez el mejor discípulo de W. F. Albright y uno de los pocos verdaderos semitistas de talla que ha producido el suelo americano. Este hombre notable terminó siendo uno de los miembros del equipo internacional encargado de Ia publicación de los manuscritos del Mar Muerto, y el principal responsable de Ia traduc-
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