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HABLAR Y CALLAR SOBRE DIOS EN BAÑEZ, SUAREZ Y SAN JUAN DE LA CRUZ
Dirijo mi atención hacia tres pensadores que vivieron parte de su vida en Ia Salamanca del siglo xvi y que pertenecen a dos generaciones distintas: Ia que nació en los años veinte del siglo XVi (Báñez) y Ia que vio Ia luz en los años cuarenta de ese mismo siglo (san Juan de Ia Cruz y Suárez). Lo hago desde Ia perspectiva filosófica de Ia reflexión sobre el lenguaje. Y les pregunto por el significado y Ia verdad del lenguaje humano sobre Dios. Junto con ellos me planteo problemas de profundo calado filosófico, que no podemos eludir en nuestra situación intelectual, caracterizada por cierta negación, ausencia o vacío de Dios: ¿tiene sentido hablar de Dios?, ¿qué sentido tiene hablar de Dios?, ¿cómo hablar de Dios?, ¿expresa nuestro lenguaje Ia verdad sobre Dios? Con temor y temblor me acerco a un tema que aún sorprende por su profundidad y actualidad. Dios ha sido y sigue siendo Ia mejor clave organizadora de todo Io pensable. Ninguno de ellos considera el tema de Dios en una perspectiva puramente filosófica. Piensan y actúan desde una situación creyente. No separan al Dios cristiano del Dios de los filósofos ni viceversa, como si fuesen dos realidades distintas. Pero, a veces, prescinden de Io que saben por Ia fe y exploran otros caminos. Junto al racionalismo de Báñez y Suárez destaco Ia actitud, en cierto modo, metarracional de san Juan de Ia Cruz. He querido que estén presentes el pensamiento especulativo y Ia experiencia mística. Su discurso es sabiduría cristiana. Nos hallamos ante tres sabios que intentan señalar al hombre caminos de sentido y felicidad. Para ellos Dios ocupa un puesto de primera importancia en relación con el hombre que conoce y habla. En sus palabras sobre Dios escuchamos los rumores o latidos de su corazón, vigorosamente en Juan de Ia Cruz, menos perceptiblemente, bajo el disfraz acentuado de los ropajes abstractos del lenguaje escolástico, en Báñez y Suárez. Ante su pensamiento nos sucede como a Ia niña del cuento. Vino de otro mundo, muy distinto del nuestro, aterrizó en nuestro planeta y se admiraba de que los hombres no se asombraran del sabor del plátano, Ia belleza del interior
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