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EN TORNO A ORTEGA: EL LUGAR DE LAS CIENCIAS Carlos Castro Cubells ha sido quien más y mejor me ha introducido en & lectura deliciosa de Ortega y Gasset, realizada primero por suelto, luego, hace casi diez años, de manera más continuada, ahora de forma casi sistemática. Fue él, perteneciente a una generación de conformados por Ortega tei no en sus ideas mejores y más personales, sí en el contexto entero de sus creencias, de su ir por Ì& vida, de Ia burbujeante manera de entender Ia escritura), quien me hizo oir por las páginas blancas de un libro el jadeo de los perros en busca de caza, hasta el punto de que en lugar de letras aparecían en Ia blancura del leer y en Ia delicia del decir hocicos jugosos, orejas puntiagudas, pelajes sudorosos; por Ia habitación se dejaba oir esta sonora frase cargada de leves ruidos: «aves vagas reman lentas hacia algún tranquilo menester». Fue él quien me enseñó que Ortega, cuando debía comenzar a escribir, se adentraba en Ia lectura del padre Sigüenza, y así comprendi que debía adentrarme yo en las páginas de nuestro filósofo para aprender a escribir de manera larga, reposada, vibrante, sonora, regocijada, lejana, astuta, cargada de saber ocultado, entrometida, volando y revolando en grandes círculos de águila, con Ia caída vertiginosa y precisa del halcón. Qué mejor alabanza en los veinte años de una amistad que Ia de tenerle como introductor del humanismo filosófico en el estar del científico bilbaíno cargado de ciencia y de pesadez. Fue Ortega un filósofo que quiso pensar nuestro tiempo i que rara vez buscó otra cosa, por más vueltas y revueltas, escapadas y paréntesis infinitos que inundan su escritura por doquier. Esa es desde siempre y por siempre su gran ocupación, su preocupación primera. Por ella es grande nuestro centenario filósofo, por eUa también se quedó en exigua pequenez, quizás. Pues seguramente a eUa se debe que este filósofo, de una sugestividad apabuUante en multitud de sus páginas, luego no siga Ia pista de sus ideas hasta lograr cazarlas al final, sino que vaya perdiéndolas en mor de otras nuevas, como una mariposa en encandilado día de junio. De ahí que dé una impresión ambigua: todo Io sabe y a Ia vez nada sabe, todo Io dice y en el fondo quizá nada dice. Páginas como el artículo «Ensimismamiento y alteración» o algunos capítulos de sus libros postumos —¿por qué postumos?— Qué es fiíosofía o La idea de principio en Leibniz8 deberían ser de lectura obligada para todo estudiante de filosofía en una Facultad española o, mejor aún, para todo el que quiera
1 A Ortega Ie place sobre todo una cabeza ciara, pero no clara con claridad científica, es decir, sobre cosas abstractas (que son siempre claras por tanto), sino que Io que busca es una cabeza clara capaz de orientarse en aqueUo que es intrincado y confuso por esencia:
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