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PRÓLOGO
Jesús Pérez Mimbrero Instituto teológico de Badajoz
El sacerdote y periodista pacense Antonio Aradillas publicaba en el diario extremeño HOY, en Julio de 1961, en un tono divulgativo, una página con el sugerente título: “Silíceo, maestro de ascética”.
No carecía de interés esa reivindicación de la figura del cardenal de Villagarcía de la Torre (Badajoz), toda vez que ha caído excesivamente sobre él la losa de ser el intransigente maestro de Felipe II, que, en parte, la leyenda negra se encargó de agravar. Asimismo sus dotes de matemático y sus conocimientos de Lógica, que le llevaron a la universidad de Salamanca, han podido dar de él la imagen de una persona calculadora y fría. Añadamos a esto su conocido Estatuto de limpieza de sangre y tendremos una imagen incompleta de su personalidad.
Tampoco su natural áspero y su carácter firme y duro, que no supo pulir, como lo hizo con su apellido de Guijarro, al latinizarlo por el de Silíceo, ni su prestancia como gran señor del Renacimiento podría invitarnos a descubrir en las obras que trataban los asuntos antedichos un alma delicada.
Tal vez no han estado al alcance de todos sus obras espirituales, que le podrían haber hecho más cercano al lector de hoy y haber apreciado en él una dimensión diferente.
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